(ADN-03.11.09)
El “US New York”, navío de guerra recientemente construido por los Estados Unidos con varias toneladas de acero procedente del derrumbe de las Torres Gemelas, ha prestado hoy su particular homenaje a la tragedia desfilando -e imagino que haciendo sonar sus sirenas- por delante de la “zona Cero”. Me ha extrañado la ausencia de comentarios sobre el valor simbólico del evento. Se le hubiera podido dar muchos destinos al producto de la demolición. Algunos dirían que se hubiera podido mitigar mucha hambre de niños afganos, o disponer de libros con los que contrarrestar el adoctrinamiento integrista; tal vez se hubiera podido proveer el sueldo de numerosos expertos que elevasen el nivel de vida de la población tanto en el aspecto social como en el económico; o dotar de infraestructuras que propiciasen un mejor desarrollo. Todo ello para sanear ese caldo de cultivo de dónde nacen los odios ancestrales con que una parte del mundo le gustaría devorar a la otra. En su lugar, la respuesta ha sido justo la que hubiera querido el Terror. Ese terror que necesita la retroalimentación constante de los ciclos de violencia para subsistir. Y por ello se me ocurrió pensar que quizá la culpa de todo no la tuviesen los fabricantes de armas o los insaciables consumidores del petróleo, como siempre nos está repitiendo la progresía intelectual, sino los fabricantes de mártires; aquellos contra los que las manos blancas no sirven. Porque al fin y al cabo las empresas pueden reciclarse, como el acero de las Torres Gemelas, pueden cambiar y adaptarse a nuevos escenarios para subsistir, pero el odio no. El odio siempre seguirá alimentándose del mismo fuego. -
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