miércoles, 11 de noviembre de 2009

"El valedor ecuménico"

(Sobre un comentario de La Ser 10.11.09)
Cierto político vasco, ya retirado y de reconocida estrategia dialéctica acorde con su formación jesuítica, parece ser que nos ha exigido recientemente “dignidad y respeto” para con determinado caballero detenido hace poco, entre otros motivos por sus presuntas relaciones con ETA. Dichas relaciones se han establecido partir de la incautación de documentos que se sucedió el pasado mes de abril en París al último “gran” ideólogo de ETA Ekaitz Sirvent y en ellos se mostrarían al parecer las citadas relaciones del antedicho señor con la banda terrorista. La habilidad de este político consiste en aplicar lo que Jakobson llamaría una relación metonímica entre el todo y la parte, o como diría el antropólogo James George Frazer el impregnar al modo de “magia por contagio” la consideración general del detenido con aquella otra particular que le concierne por el sólo hecho de pertenecer al género humano. En efecto, nuestro veterano político ignora deliberadamente el hecho de que al ser humano se le puede considerar desde múltiples dimensiones. Antes he utilizado intencionadamente el término “genero” para referirme a su dimensión biológica cuya integridad debe ser respetada, evidentemente, en sus términos más absolutos. A ello cabría añadir su dimensión emocional, aquella que obliga a todo ser humano a respetar la dignidad de las demás personas y por la que nos repugna provocar en los otros cualquier tipo de sufrimiento moral o psicológico. Respeto este sobre el que además sentimos el impulso de extenderlo incluso al entorno de sus seres queridos. Nuestro valedor, o mejor dicho él del detenido, prescinde sin embargo de la dimensión intelectual, aquella por la que voluntariamente cada hombre asume sus ideologías y sus creencias (aunque resulta evidente que es “esa precisamente” la dimensión que reclama, escondiéndose detrás de las demás). Nadie está obligado a respetar “a priori” cualquier ideología ni a considerar la dignidad de quién la propugna por su simple hecho. La dignidad y el respeto por las ideas, señor mío, se las tiene que ganar uno mismo. Y su defendido, señor valedor, para muchos ciudadanos, es un sujeto cuya ideología no merece ningún respeto en absoluto ni aún menos favorece el concepto que pudiera merecer su dignidad personal. Y si no le gusta lo que digo, sea ud. congruente al menos y acepte el respeto por las posturas contrarias también en los demás.

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