(Sobre una noticia aparecida en el Diario “Las Provincias” 11.08.09)
Confieso que jamás podré entender el llamado Derecho a la Información en los términos tan absolutos con los que unánimemente se considera. Las únicas restricciones que ocasionalmente funcionan suelen referirse al honor y a la intimidad de las personas y a los secretos promovidos por las instancias interesadas y no siempre de modo eficaz. Todos parece que nos olvidamos de que existen ciertos límites que no debieran traspasarse nunca por la simple aplicación de lo que en los países civilizados llamamos “Ética” profesional. El problema surge cuando son estos propios valores éticos los que cojean. El ser humano, a su nivel mas primitivo, funciona por la ley del reflejo condicionado. Tiende hacia aquello que le procura una gratificación y rechaza lo que le ocasiona sensaciones desagradables o poco placenteras. El consumidor de información (lector de un periódico, por ejemplo) consume aquello que le gratifica. El periodista informa de los sucesos porque estos tienen un público muy nutrido. Las razones de esta gratificación habría que buscarlas en la consulta de un psiquiatra, dónde por cierto también podríamos encontrar psicópatas, drogadictos, alcohólicos y otros especimenes no tan singulares de la raza humana. A partir de esto último debiéramos preguntarnos por la moral de quienes favorecen o comercian con ciertas debilidades enfermizas de los demás. Confieso, digo, que jamás podré entender esa “ética” que defiende el derecho a ciertos consumos, donde a unos individuos se les proporciona el placer producido a partir de las circunstancias dolorosas de otros. Una niña murió ayer triturada por las hélices de la lancha que manejaba su abuelo. El cronista conoce su trabajo y sabe de los matices que interesan a sus lectores: Después de describir con precisión las partes de su cuerpo donde la niña sufrió las lesiones mortales, pregunta al abuelo “¿Tiene ud. sentimientos de culpabilidad?”. La gente necesita conocer el grado de sufrimiento para degustar mejor la bazofia de la que se está alimentando. Y luego había que redondear el articulo con una buena fotografía. Seguramente el periodista hubiera preferido otras, ustedes ya se imaginan a cuales me refiero. Pero, a falta de aquellas, por lo menos pudo colocar una del abuelo. La recortaron de una foto familiar de cumpleaños. Y allí, en la mismísima portada del diario y bajo el titular de la tragedia, aparece la foto del abuelo sonriente y feliz como en uno de los días mas dichosos de su vida. Todo sea por una buena elaboración del producto, al fin y al cabo estamos hablando de profesionales. Todo esto tiene un nombre. Se llama “aberración humana”, y como ser humano me avergüenzo de los que comercian con este tipo de información y de los que se gastan el dinero por consumirla. Se que resulta impopular decirlo, pero no acepto este tipo de “Derecho a la Información”.
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