Cierta comunidad autónoma está estudiando implantar la castración química voluntaria a los condenados por violación. Y ello pese a que la comunidad médica ya se ha pronunciado ampliamente desaconsejando la medida. La noticia me alarma y ello me mueve a exponer algunas consideraciones al respecto.
PRIMERO: La medida está planteada como recurso extra-penal. No podría tratarse de otro modo al carecerse de competencias autonómicas para incluirlo en una legislación de orden mayor. Este obstáculo es irrelevante ya que lo verdaderamente importante es la consideración positiva que se ha hecho de la medida. Una vez allanado este componente ético la cuestión de incorporarlo o no al ámbito penal constituye ya un paso de mera oportunidad político-social basada en simples criterios de utilidad. Este último argumento me parece igualmente válido para considerar la cuestión sobre lo irrelevante de la voluntariedad con que se publicita la medida.
SEGUNDO: Resulta paradójica la consideración que se hace sobre el trastorno biológico que afecta al violador (no tendría sentido en otro caso actuar a dicho nivel biológico) con el hecho de pasar por alto dicha circunstancia en el catálogo de atenuantes con el que se valora dicha conducta en el juicio al que se ven sometidas previamente a su condena. Esta paradoja resulta aún mas llamativa si se tiene en cuenta que el referido catálogo acepta trastornos que ni siquiera son congénitos (como podría ser éste el caso) sino de etiología voluntaria como por ejemplo el trastorno producido por las adicciones a ciertas sustancias. Algunas de estas circunstancias son consideradas incluso como eximentes absolutas.
TERCERO: El argumento exhibido sobre la reversibilidad de la medida es risible. Como si una vez aceptada su utilidad y aprobada la validez moral de la medida alguien fuera a preocuparse de su “reversibilidad”. ¿Es reversible la pena de muerte que se acepta en tantos países “civilizados”, donde incluso se cuestiona la utilidad misma de la medida?
CUARTO: Cuando la premisa principal se acepta, se aceptan también las accesorias que cuelgan de ella con independencia de su grado (perdónenme por utilizar el verbo “colgar”). ¿Hasta dónde se podría llegar en este intervencionismo corporal? ¿Intervendríamos únicamente sobre la producción hormonal o también en caso necesario –y por supuesto, al principio, “voluntariamente”- sobre el órgano que la produce? Pongámonos en el caso de que el interesado quisiera asegurar su falta de autodisciplina en la medicación, o de que los efectos secundarios de esta fueran incompatibles con su estado de salud sólo por citar algunos casos. Como vemos todo es una cuestión de grado donde fácilmente se puede siempre aventurar unos pasitos más allá. Y esto me lleva a otras reflexiones más graves: ¿Qué amputaríamos –llámese como se quiera-, por ejemplo, a un cleptómano compulsivo? ¿Y a un calumniador? ¿Y a alguien que depende de su vista para realizar falsificaciones convincentes? ¿Recuperamos de nuevo la lobotomía para los violentos? ¿Y para el que comete delitos derivados de su ideología? ¿Qué tal un lavado de cerebro para este último?
ULTIMO: Este tipo de medidas –tomen nota los progresistas antes de tacharme de retrógrado- ya fueron sumamente populares en épocas pasadas de la historia (y el de la castración, de modo especial, en la época medieval). El progreso social no consiste en aplicar las nuevas tecnologías a planteamientos que ya debieran haber sido superados. Hay una línea, no tan sutil como algunos quisieran, que una sociedad avanzada no debiera nunca de traspasar y el pensar sólo en la víctima principal no es excusa ni argumento suficiente para ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario