miércoles, 28 de julio de 2010

"La danza de los calamares"

(16/07/2010, sobre la tragedia en el concierto del "Love Parade", todos los medios)

“La desgracia podría haberse evitado”. Así rezan buena parte de los titulares y el último sentido en la totalidad de los artículos que he leído. Unos y otros apuntan a las deficiencias de seguridad que propiciaron la catástrofe ¡Me siento estupefacto! Ante el diagnostico fatal de cáncer en un fumador a nadie se le ocurriría buscar las causas en si la víctima consumía cigarrillos de alto contenido en nicotina, o si el filtro de su marca preferida no era todo lo eficaz que debía de ser, o si fue imprudente por tragarse la totalidad del humo que aspiraba. Aún en cualquier operación desastrosa dentro de un conflicto bélico, se alzarán muchas voces de aquellos a quienes no les importa si ésta fue deficiéntemente planificada por algún estratega irresponsable, sino que se posicionarán rotundos en contra de cualquier guerra, sea la que sea. Incluso en aspectos de progreso de tan evidente utilidad como pudieran ser el uso de las modernas tecnologías cotidianas, dígase por ejemplo el automóvil, siempre existirá algún grupo “mormón” que clame por los muertos que se producen en la carretera, no por su deficiente trazado, sino por haber abandonado los medios naturales para transitar por los caminos de Dios. Pero he aquí que nadie plantea ni aun menos se atreve a proponer que la mejor forma de evitar desgracias como la del “Love Parade” (¿amor?) y las de tantas otras que siempre se están produciendo en cualquier acontecimiento multitudinario es, simple, sencilla y llanamente, que dichos acontecimientos... no se celebren. Nada tan eficaz para evitar el cáncer por el tabaco que no fumar. El organizador del trágico evento ha dicho “se acabó”. No ha dicho que van a intentar mejorar la seguridad en el futuro o que vaya a celebrarse en otro sitio; ha dicho “se acabó”. Si esa frase la hubiera pronunciado el día antes y no el día después, entonces sí que la tragedia hubiera podido evitarse. Tal vez me esté haciendo viejo. Tal vez sea la envidia y no la sabiduría que dan los años lo que me hace odiar esta vorágine de hedonismo patológico que hoy consume especialmente a los más jóvenes por encima de cualquier interés en el cultivo de su dimensión humana. Si, tal vez sea algún defecto en mi desarrollo vital lo que me ha hecho buscar el desarrollo personal en lugar de dejarme llevar por los impulsos gregarios. Quizás sean estos hipotéticos defectos los que me llevan a afirmar que la mayor parte (debiera decir todos) de estos “acontecimientos”, verdaderos cultos al alcoholismo, dónde se le llama música a un puro ruido que a nadie importa y donde la comunicación personal se limita a gritos incompresibles, puro escaparate de carnes y de posturitas chulescas persiguiendo la torpe seducción, pateos de monotonos a compulsivos, vómitos, “speeds”, agrios sudores...etc, son ¡una pura mierda!, pero aún así lo digo y así se queda. La principal diferencia entre prohibir tirar una colilla al suelo y hacer lo propio con este tipo de eventos no es mas que una cuestión de interés político. Ocasión habrá en otros posts de analizar más a fondo esa tendencia que hoy mantienen los responsables sociales en promover la integración “cultural” a toda costa fomentando el gregarismo ideológico y la unidad de credo en contra del pensamiento individual y de la capacidad crítica; y del porqué se tolera con tan generoso humor que se estigmatice al diferente, al que resiste la presión de las tendencias “culturales” mayoritarias, al “frikie” que se aparta de la manada y le hacen sufrir por ello. Hoy sólo quisiera dejar la imagen en nuestro modesto escenario de ese feliz “acontecimiento” que llevan a cabo todos los años millones de calamares que guiados de un impulso incontrolable se reunen en cierto lugar del océano para procrear como locos. Enjambres de individuos rutilantes cuya excitación provoca esa extraña ebullición en las aguas que al poco se tornan turbias por los efectos orgiásticos. Luego, exhaustos, complacidos y aturdidos, irán muriendo; unos tapizando de blanco el cenagoso fondo y los más sirviendo al apetito de sus vigilantes depredadores. Algunos dirán que es ley de vida, exigencias de la procreación. Yo sólo puedo afirmar que prefiero la soledad en mi condición humana que la juerga ciega de cualquier feliz calamar...

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